Es una película de Tim Burton que se aleja de la estética prevaleciente en su carrera para mostrar un mundo un poco más sobrio pero no menos interesante. Visualmente hermosa, fotografía llena de colores pasteles, excelente elección de vestuario, sets y maquillaje, enmarca muy bien los años 50 y 60, momento histórico en el que se desarrolla la trama.
Lo que no me convenció mucho fue el guion, la historia no se explotó como debería considerando el atrevimiento que generalmente muestra Burton en sus proyectos, hay algunas escenas superflúas y no se ahonda en los cambios espirituales de la artista, por lo que sus perspectivas no son muy claras. Los puntos a favor son la evidencia de desigualdad de genero tan común en la época, la masificación del arte, así como el impacto de la crítica.
La actuación de Amy Adams brilló, su personaje es bastante sumiso y pusilánime, pero gracias a su interpretación se gana a la audiencia, que la acompaña por este doloroso viaje hasta que consigue la emancipación de su marido gracias a la ayuda de su hija.
El otro protagónico sin embargo es muy limitado, su peso lo da el esfuerzo que hace Chris Waltz, Keane es un hombre calculador y ambicioso que se esconde bajo una fachada de encanto y adulación, tiene un par de secuencias muy buenas y llenas de humor negro, por ejemplo aquella en la que se defiende a sí mismo en el juicio contra Margaret, pero eso es todo y no se puede evitar encontrar muchos rasgos del personaje Hans Landa de Inglorious Basterds (2009).